Íbamos a la ciudad por la carretera federal, eran casi alrededor de las 2 de la mañana. Me había entretenido platicando con mi familia (a la que teníamos rato sin visitar) Salimos muy tarde. Me encontraba cansado, con sueño. Sin embargo, teníamos que regresar porque a la mañana siguiente había trabajo que hacer.
Mi novia Adilene también venia cansada, la notaba cabecear y por momentos le veía cerrar los ojos luchando por no quedarse dormida. La música en el auto nos mantenía poco alertas, la imagen era de una película de espantos: los cerros escoltaban nuestro camino nocturno, las nubes desfilaban por el cielo, iluminadas tenuemente por la luna imponente en lo alto, no veíamos más allá de lo que las luces del auto nos permitían. Fue en ese momento cuando la vimos, nunca voy a olvidar esa expresión entre melancolía y preocupación que nos aterró a mí y a Adilene.
En ese instante aplasté el freno del auto, incluso el coche se ladeó estando a punto de caer al voladero, que yo calculo unos 25 metros para abajo. Ella estaba toda ensangrentada de su camisón blanco, nos miraba desesperadamente con el alma en un hilo, sus ojos brillaron cuando nos vio pasar por la carretera, y gritó, ¡Dios! Si qué gritó con todas sus fuerzas que nos detuviéramos.
Cuando volteamos para atrás, la mujer ensangrentada desesperadamente nos hizo señas para que bajáramos al voladero. Adilene y yo nos quedamos mirando, no dijimos ni una palabra, pues nuestras miradas lo decían todo: Bajar o no. Al fin de cuentas corrimos a auxiliar a la pobre joven. Ella se nos perdió entre las rocas, no obstante, al final pudimos divisar mucho humo, polvo y las luces de un automóvil que también había caído al voladero.
Rápidamente bajamos, ya no nos importó nada, solo queríamos ayudar a quienes estuvieran en aquel carro. En el fondo y aquí debo decir que es donde dudo de todo lo que nos han platicado hasta ahora, dudo de la ciencia, dudo de la maldad de las personas, dudo de lo que me enseñaron de niño, dudo de la realidad en sí. Al final entre los fierros retorcidos de aquel auto, se encontraba la mujer ensangrentada, estaba sentada del lado del piloto, tenía puesto el cinturón de seguridad y la mitad de su cara estaba descompuesta, su cuello también se encontraba fuera de su lugar, era imposible que hubiera salido viva de aquel fatídico accidente.
Más increíble aún, (y es aquí donde la piel se me eriza) entre sus brazos tenía una pequeña niña de 7 años, con su cuerpo la había protegido, logrando que ella saliera ilesa. La niña lloraba desconsoladamente entre los brazos de su madre, pues ella le decía mami…mami…no te vayas…
Quiero pensar que la mujer ensangrentada salió a pedir ayuda a la carretera para que alguien salvara la vida de su adorada hija, lo hizo con su último suspiro.
ESCRITO POR L.R.R.