El pueblo de Agurain cuenta con sus tradiciones y leyendas. En el antiguo barrio judío de “Poco tocino” (Urdai Gutxi) en el irónico lenguaje popular- ubicado al sur, la iglesia de San Juan. En dicho templo encontraba protección, si su vida corría peligro, las brujas. El derecho de asilo les amparaba.
Años atrás, en este barrio habitaba una extraña mujer. Era temida por todos, niños y adultos, y su fama de bruja se extendía allende de las murallas.
Su mísera vida le hacía mendigar por la villa medieval y su entorno. Los vecinos no se atrevían a negarle una limosna para no ser víctima de su ira y sus maldiciones.
Aseguran que, cuando se acercaba hasta Eguileor o al caserío de Lezao, se abrían solas las puertas de las casas, saliendo el ganado estabulado a la finca de los alrededores. Si un vecino se encontraba próximo a su hogar veía que los ganado habían escapado de las cuadras, sabía que no tardaría en aparecer la bruja Zokorra por las inmediaciones.
En una ocasión, unos jóvenes de Agurain repararon en un gato negro. No era conocido por los vecinos así que se sintieron con la libertada de dar un escarmiento al animal, con el objeto de que regresase a su lugar de origen. Y como suele ocurrir entre los jóvenes, no tardaron en llevar a cabo su peregrina idea. Armados de palos y piedras persiguieron con saña al felino hasta que estuvieron seguros de que no volvería a pisar sus calles. Para su sorpresa, al día siguiente apareció la Zokorra totalmente maltrecha.
Ningún joven preguntó el motivo de las magulladuras; habían caído en la cuenta de que, el día anterior, habían estado persiguiendo y maltratando a la vieja bruja. Desde entonces, cuando veían un gato negro, un escalofrío recorría sus espaldas. Podría ser la vieja bruja adoptando la forma de felino.
Las sospechas de sus transformaciones en gato negro quedaron confirmadas en distintas circunstancias. A un vecino de Agurain le robaban la leche que dejaba refrescando en la ventana norteña. Como el suceso se repitió varias veces, los dueños decidieron aguardar al ladrón. Esa noche, al abrigo de la oscuridad, apareció un gato negro. Su paso firme indicaba que se dirigía al puchero de leche. Antes de que el animal percibiera la emboscada, ya había recibido un buen golpe en una de sus patas traseras. A la mañana siguiente, la bruja apareció cojeando, con una pierna vendada.
Sus convecinos miraban a la Zokorra con recelo pues, sobre ella, se susurraban todo tipo de relatos. Nadie sabía donde terminaba la realidad y empezaba la imaginación. Entre otros poderes extraños, decían que hacía bailar las cebollas de los desvanes. En algunos pueblos cercanos a Agurain, como Alaiza, etc.. contaban que, si al estar en la cocina veían bailar a las cebolla, era señal inequívoca de su presencia cercana. En efecto, la extraña mujer no tardaba en llamar a la puerta, solicitando una limosna.
Era tanto el miedo que causaba su figura, que algunos de los vecinos, decidieron denunciarla a la autoridad. En el proceso judicial aseguraron haberle visto realizar numerosos actos diabólicos. En aquel oscuro tiempo de procesos inquisitoriales, la bruja Zokorra no tardó en ser condenada a la hoguera. Cuentan que, cuando se encontraba entre las llamas, lanzó una maldición hacia el pueblo que le arrebataba la vida: “¡No habrá dos sin tres!”. Con ello hacía referencia a que en el pueblo morirían de tres en tres personas. También afirmó que cada cuatro grupos de personas muertas, habría además otro joven fallecido. Ambas predicciones se cumplen, si hemos de creer el asentimiento general. Y cuando muere alguien en la Villa ronda la duda sobre quienes serán los acompañantes de tan luctuoso viaje.