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domingo, 28 de julio de 2019

Gabriel García Márquez - Poema sobre el amor

Encontré este post en Facebook y como nos hemos convertido en un blog culto de poesía, no podía faltar un Poema sobre la mujer que aparentemente pertenece al escritor Gabriel García Márquez.
Esperamos que les guste y que lo compartan en sus redes sociales, o se lo envíen a su pareja en una carta escrita a mano o copiando y pegando por Whatsapp. Lo importante es que la poesía circule y que se vuelva moda, sin importar qué tipo de poema es, y en este caso, sin ni siquiera saber con certeza quién es el poeta. De hecho si alguien lo sabe a ciencia cierta, puede escribirlo entre comentarios, les estaremos muy agradecidos.

Gabriel García Márquez - Poema sobre el amor

Gabriel García Márquez - Poema sobre la mujer

"—¿Entonces qué haremos?
—El Amor.
—¿Seguro?
—Sí.
—Bien, me voy desnudando.
—¿Y para qué te estás quitando la ropa?
—Pues para hacerlo.

—¿Quién te dijo que tienes que desnudarte para HACER EL AMOR?
—Pues que yo sepa así se hace.
—No, esa no es la única forma de hacer el Amor.

—¿Y cómo entonces?
—Sólo déjate puesta la ropa y conversemos hasta cansarnos, riámonos por nada y por todo, mirémonos despacito hasta intentar descifrarnos.
Conmigo no necesitas desnudarte de cuerpo, sino de alma, sólo mirémonos hasta quedarnos sin palabras, y allí, en ese instante en que las palabras sean insuficientes para explicar lo que sentimos, en ese silencio infinito al fin podremos tocarnos. ¿Comprendes?

—¿Tocarnos?
—Sí, tocarnos con la dócil ternura de una caricia que se expanda dulcemente hasta morir en un abrazo.
—Ay, qué bonito.
—Mira, ¿me dejas sostener tu mano?
—Sí.
—¿Sientes? esa es una de las formas de hacer el Amor

De eso se trata.

Tú sólo déjate puesta la ropa y hablemos hasta cansarnos, sólo mirémonos la boca, las pestañas, los labios por un rato y si el beso es necesario vendrá sin pedir permiso.

Hablemos hasta saber todas nuestras memorias, hasta saber nuestros más hondos secretos, tan sólo déjame mirarte hasta el deleite más extremo y exquisito, déjame verte el ALMA hasta el cansancio, hasta que estos ojos se rindan y me obliguen a bajar los párpados incitándome a dormir.

—¿Y vas a forzarlos a permanecer abiertos?
—Sí, para mirarte toda la noche...
Solamente a tí "

*Gabriel García Márquez
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lunes, 15 de julio de 2019

Juana de Ibarbourou - Poema "La hora"

El 15 de Julio de 1979 fallecía en Montevideo Juana de Ibarbourou, la recordamos con su poema "La Hora", tomado de un post de Facebook.

Juana de Ibarbourou

Juana de Ibarbourou - Poema "La hora"

Tómame ahora que aún es temprano
Y que llevo dalias nuevas en la mano.

Tómame ahora que aún es sombría
Esta taciturna cabellera mía.

Ahora, que tengo la carne olorosa
Y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora, que calza mi planta ligera
La sandalia viva de la primavera.

Ahora que en mis labios repica la risa
Como una campana sacudida a prisa.

Después... ¡ah, yo sé
Que ya nada de eso mas tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo,
Como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aún es temprano
Y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
Y se vuelva mustia la corola fresca.

Hoy, y no mañana. Oh amante ¿no ves
Que la enredadera crecerá ciprés?

Juana de Ibarbourou, también conocida como Juana de América, fue una poetisa uruguaya muy importante para la literatura uruguaya. Nació en Melo, Uruguay el 8 de marzo de 1892 y falleció en Montevideo el 15 de julio de 1979. El 10 de agosto de 1929 recibió, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, el título de «Juana de América» de la mano de Juan Zorrilla de San Martín frente a una multitud de poetas y personalidades. Fue enterrada con honores de Ministro de Estado en el panteón de su familia del Cementerio del Buceo. Estas son sus obras:

En verso:
Las lenguas de diamante, (1919).
Raíz salvaje, (1922).
La rosa de los vientos, (1930).
Perdida, (1950).
Azor, (1953).
Mensaje del escriba, (1953).
Romances del Destino, (1955).
Oro y Tormenta, (1956).
La pasajera,(1967).
Angor Dei, (1967).
Elegía, (1968).

En prosa:
El cántaro fresco, (1920).
Ejemplario, libro de lectura para niños, (1928).
Loores de Nuestra Señora, comentarios a los nombres de la Virgen María, (1934).
Estampas de la Biblia, (1934).
Chico Carlo, cuentos autobiográficos sobre su infancia, (1944).
Los sueños de Natacha, teatro infantil sobre temas clásicos, (1945).
Canto Rodado, libro de lecturas para escolares con J. Pereira Rodríguez, (1958).
"Diario de una Isleña", prosa poética (1967).
Juan Soldado, colección de dieciocho relatos, (1971).
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viernes, 12 de julio de 2019

Me caí del mundo y no sé por dónde regresar - Eduardo Galeano

Coimparto con ustedes Me caí del mundo y no sé por dónde regresar - Eduardo Galeano (Periodista y Escritor uruguayo), tomado de Facebook.

Me caí del mundo y no sé por dónde regresar - Eduardo Galeano

Me caí del mundo y no sé por dónde regresar - Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar...

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales...

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables...!

Si, ya lo sé...

A nuestra generación siempre le costó botar...

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables...!

Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo...

Yo no digo que eso era mejor...

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra...

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto...

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año...

El celular cada tres meses, el monitor de la computadora todas las navidades o el televisor cada año...

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida...

Es más!

Se compraban para la vida de los que venían después...

La gente heredaba relojes de pared, bicicletas, cámaras fotográficas, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas...

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad...

Tiramos absolutamente todo...

Ya no hay zapatero que remiende un zapato, ni colchonero que sacuda un colchón y lo deje como nuevo, ni afiladores por la calle para los cuchillos ni sastre que haga composturas...

De 'por ahí' vengo yo, de cuando todo eso existía y nada se tiraba...

Y no es que haya sido mejor...

Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo...

Hay que cambiar el auto cada 3 años porque si no, eres un arruinado...

Aunque el coche esté en buen estado...

Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!!

Pero por Dios....

Mi cabeza no resiste tanto...

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real...

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre...

Me educaron para guardar todo...

Lo que servía y lo que no...

Porque algún día las cosas podían volver a servir...

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema:

Nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no...

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso a las tradiciones) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes, el primer cabello que le cortaron en la peluquería...

¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los trapos de cocina, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto...

Y guardábamos...

¡¡Guardábamos hasta las tapas de los refrescos, los corchos de las botellas, las llavecitas que traían las latas de sardinas...

¡Y las pilas...!

Las pilas pasaban del congelador al techo de la casa....

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más....

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil en un par de usos...

Las cosas no eran desechables....

Eran guardables....

¡Los diarios!

Servían para todo...

Para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia, para limpiar vidrios, para envolver.

¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne o desenvolviendo los huevos que meticulosamente había envuelto en un periódico el tendero del barrio.

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer adornos de navidad...

Y las páginas de los calendarios para hacer cuadros...

Y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas...

Y los fósforos usados porque podíamos reutilizarlos estando encendida otra vela...

Y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos...

Enderezábamos los clavos para reutilizarlos después...

Y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'....

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal...

Con el tiempo, aparecía algún pedazo derecho que esperaba a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa...

Nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos...

Y hoy, sin embargo, deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir...

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas...

Las latas de duraznos se volvieron macetas, portalápices y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza y los corchos esperaban pacientemente en un cajón hasta encontrarse con una botella...

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos...

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables...

Que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables...

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas...

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero...

De la moral que se desecha si de ganar dinero se trata...

No lo voy a hacer...

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne...

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte en cuanto confunden el nombre de dos de sus nietos, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos en cuanto a uno de ellos se le cae la barriga, o le sale alguna arruga...

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares...

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a mi señora como parte de pago de otra con menos kilómetros y alguna función nueva...

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que ella me gane de mano y sea yo el entregado....

Por.
Eduardo Galeano.
Periodista y Escritor uruguayo.
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lunes, 8 de julio de 2019

Historia de terror "Mi suegra me envenenó"

La mayoría experimenta pesadillas particulares con las suegras, aunque jamás imaginé que la mía pudiera resultar tan espeluznante. Lo más aterrador de esta historia no fue que mi suegra decidiera envenenarme, sino descubrir los motivos que la llevaron a esto.
Craig llegó a mi vida durante una de mis escasas vacaciones y, desde el comienzo, nuestra relación fue como un rayo. Nos enamoramos perdidamente uno del otro y en apenas ocho semanas estábamos contrayendo matrimonio en el registro civil, todo sin haber conocido previamente a las familias. La mía tuvo la cortesía de visitarnos algunas semanas después y, tras esa impresión inicial, realmente terminaron aprobando a Craig.
Cuando empezamos a vivir en pareja y experimentar la vida de un matrimonio, obviamente me contaba sobre sus padres, que vivían muy cerca a su enorme familia a tan solo unas horas de camino, pero jamás los conocí. Tengo una agenda bastante apretada. Mis jornadas laborales oscilan entre 6 y 7 días por semana, además que los días de descanso básicamente consisten en atender citas y recados. Antes de conocer a Craig había trabajado durante un par de años, y creo que en ese lapso salí de la ciudad una sola vez.
Seis meses después de casarnos, finalmente me dieron unos días libres y tuve la posibilidad de visitar a mi familia política. Todos se dieron cita y parecían auténticamente emocionados de conocerme, excepto por mi suegra, Betsy. Era esa clase de mujer fría y distante capaz de sentarse frente a ti sin decir una sola palabra. Fue una situación muy incómoda, pero seguí buscando hacerle plática.
Para el último día, Craig me dijo que haríamos una caminata por la tarde en el parque nacional próximo a la casa de sus padres. Betsy había preparado el almuerzo y, cuando me cambiaba para empezar el recorrido, fui invadida por una intensa oleada de nauseas. Toda la tarde estuve metida en el baño, vomitando.
Creí que algún alimento me había caído mal. Unos meses después regresamos y la experiencia fue encantadora, excepto por el comportamiento de Betsy. La mujer no me dirigía la palabra, aunque Craig le restaba importancia a esta situación y se excusaba diciendo que su madre me estaba conociendo. Para hacerme sentir mejor, propuso que alquiláramos motos acuáticas y diéramos un paseo en un lago próximo. Me emocioné tanto que no dudé en contarles a todos sobre el paseo. Pero las cosas volvieron a salir mal y, después de comer, terminé tan enferma que apenas y pude levantarme de la cama en dos días.
En ese punto ya empezaba a sospechar: todos ingerían la misma comida y nadie más enfermaba. Aparentemente, Betsy estaba tramando algo muy malo pero no llegaría a descubrirlo sino hasta nuestra próxima visita. En esa ocasión, un recorrido por los senderos y una noche romántica con Craig en una cabaña fueron cancelados pues volví a enfermar y esta vez estaba segura: Betsy me estaba envenenando.
Craig me dijo que estaba loca. Argumentó que probablemente era una reacción alérgica a algún ingrediente o utensilio que su madre empleaba en la cocina, una situación posible, aunque jamás tuve oportunidad de revisarla. A pesar de esto, para el próximo viaje decidí llevar una cacerola. Si yo misma cocinaba la comida y la servía, era imposible que le añadieran algo.
Ni siquiera había dado el segundo bocado cuando me di cuenta que había perdido de vista el vino mientras calentaba la comida, lo que explicaba ese malestar en mi estómago. Ya sabemos lo que pasó después, y no fue nada agradable.
Estaba tan convencida de que mi suegra me había estado envenenando que enfrenté a Craig. Le dije que mientras ella estuviera ahí, jamás volvería a visitar a su familia. Aquella fue nuestra primera gran discusión, aunque finalmente terminó accediendo a que no fuera a las visitas, y me dijo que con el tiempo encontraríamos una forma cordial de lidiar con esta situación. Esa mujer jamás había mostrado amabilidad hacía mi persona, por lo que no tuvo mucha importancia para mí.
La próxima vez que tuve vacaciones, tomamos la decisión de ir a esa cabaña que alquilamos antes y a la que no pudimos asistir. La residencia de su familia nos quedaba de paso, y me pareció grosero no detenernos a saludar, así que llegamos a un acuerdo y compramos algunas pizzas. Le dije que no bebería nada más que agua directo del grifo.
Llegamos y repartimos las rebanadas de pizza en los platos cuando uno de los primos llegó y todos fuimos a saludarlo, dejando brevemente la comida sin supervisión. Casi de inmediato me di cuenta del error, por lo que decidí cambiarle la jugada a mi suegra. Craig, al igual que yo, tenía dos rebanadas, así que cambié el plato mientras todos estaban en la sala.
Craig se enfermó tanto que realmente llegué a preocuparme por él. El viaje de regreso fue aterrador, tuvimos que parar muchas veces y venía hecho un completo desastre. Apenas habían transcurrido tres días cuando me derrumbé y terminé confesándole que había cambiado la comida.
Nunca lo había visto tan molesto, la rabia en sus ojos es algo que me acompañará el resto de mi existencia. Me empujo y se abalanzó sobre mí. Me tiró en el sofá y, de alguna forma, me las arreglé para zafarme, tomar las llaves, el teléfono y salir corriendo completamente descalza.
Tuve suerte de que el ascensor estuviera cerca y logré ponerme a salvo en casa de un amigo. Decidí apagar el teléfono cuando el total de llamadas perdidas casi llegaba a 50. No sabía qué hacer ni mucho menos si era seguro regresar a casa. Fue una de las experiencias más deprimentes de mi vida.
A los dos días finalmente decidí volver a encender mi teléfono, y cuando escuché el mensaje de la policía rápidamente me dirigí hacia el norte. Craig había muerto, Betsy le había disparado después que irrumpiera en la casa para atacarla con un cuchillo.
También supe que Craig estuvo casado con otra mujer, misma que perdió la vida durante un trágico accidente en una caminata. Craig obtuvo una fuerte cantidad de dinero por el seguro de vida y Betsy siempre sospechó que su hijo la había asesinado a propósito, por eso evitaba a toda costa que saliéramos a lugares remotos, especialmente a esos senderos con los que él estaba tan familiarizado desde pequeño.
Entonces, Betsy se aseguró de que cada vez que él planeaba una excursión, yo me enfermara. No fue nada fácil, pero mi suegra creyó que jamás le creería, ya que nadie más en la familia compartía sus sospechas respecto a Craig.
Al poco tiempo, encontré las pólizas de seguro de vida que mi esposo había contratado a mis espaldas, y decidí no presentar cargos contra Betsy pues solo intentaba salvar mi vida. Todavía suelo visitarla ocasionalmente cuando salgo de la ciudad, me encanta su comida.

Historia de terror "Mi suegra me envenenó"

Fuente: Facebook
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miércoles, 3 de julio de 2019

La niña que oraba por Lucifer

La niña que oraba por Lucifer

Cuenta la leyenda que en un pequeño pueblo vivía una niña inocente y sin malicia alguna. Ella empezó a ser observada por sus padres, con sorpresa y creciente preocupación porque se encontraban asombrados por las oraciones nocturnas de la niña.

Llamaron al sacerdote del pueblo, quien pensó que los padres exageraban. Lo invitaron a cenar, con la intención de que observe a la niña. Se encontró con una niña dulce de aspecto angelical. Cuando terminó de cenar, ella se despidió de sus padres y del sacerdote, dirigiéndose a su habitación. En ese momento los padres le piden al sacerdote que los acompañe a la habitación de la niña. Ya detrás de la puerta, es cuando se empezó a oír:

“Y cuida a mi mami, a mi papi, a mis hermanos, ah, y por favor cuida mucho de Lucifer, nadie pide por él, yo lo hago en nombre de todos”

Su padre estaba horrorizado, sin embargo la conducta de la pequeña era intachable, por lo que el sacerdote solo ordenó que la vigilen. El tiempo pasó y lamentablemente las condiciones en las que vivían no eran de las mejores, solían caer en hambrunas y padecer enfermedades, pero eso no era motivo para que la niña dejara de rezar:

“Y cuida a mi mami, a mi papi, a mis hermanos, y por favor cuida mucho de Lucifer, nadie pide por él, yo lo hago en nombre de todos”

Y así lo decía cada noche.

Un día sus padres salieron en busca de alimentos para ella y sus hermanos. Durante su ausencia, ella sufrió un accidente y murió. La familia era muy humilde, por lo que no podían darle una sepultura y lloraban su miseria. De pronto, de la nada apareció en su casa el más majestuoso y jamás visto cortejo fúnebre; rosas, coronas, una elegante carroza jalada por seis corceles negros, y al frente del cortejo, un hermoso joven de piel blanca como la nieve, pelirrojo, vistiendo un traje de gala negro, tanta belleza impactaba, pero lo que más impactaba, eran sus ojos, rojos como la sangre, como carbón encendido, pero hermosos y cautivadores, bañados en lágrimas que ocultaban la verdadera fiereza de su dueño.

Inició la misa de cuerpo presente, la iglesia estaba a tope y el joven en primera fila seguía llorando, sin mirar a nadie, solo a la caja blanca de fino alabastro que contenía aquel angelical cuerpo.

Los padres de la niña no se animaban a agradecer o cuestionar a su distinguido benefactor, quien cabizbajo seguía en su solemne y silencioso llanto que desgarraba el alma del más valiente.

Finalmente, el cortejo partió hacia el cementerio, donde los padres, hermanos y familiares de la niña pudieron contemplar el sepulcro más majestuoso jamás visto. Al ingresar el féretro al nido de descanso eterno, el joven estalló en un llanto que dobló a más de uno, los padres no sabían que hacer.

¿Cómo aquel desconocido podía haber amado tanto a la niña y haber sentido tanto su muerte?

Y como si hubiera leído sus mentes, volvió su fiera pero enternecedora mirada y con pena y dulzura infinita dijo: “Por miles de años el mundo ha buscado la manera de tacharme de lo peor, desde tentador, ladrón, traidor, enemigo, hasta lo más ofensivo y blasfemo, pero ella, ella con su dulzura, su inocencia, su amor infinito, todas las noches sin falta y a pesar de que era castigada por hacerlo, nunca dejo de orar y pedir por mí, ni una sola noche”.

Los padres le preguntaron su nombre. El joven se alejó y dio la vuelta diciendo que debían recordar el final de las oraciones de su hija: Bendice a Lucifer, porque nadie pide por él, yo lo hago en nombre de todos.

Dicho esto, el joven desapareció.
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