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jueves, 11 de abril de 2019

La historia de "Piedad", la niña que NO hacía honor a su nombre

La historia de "Piedad", la niña que NO hacía honor a su nombre

La historia de "Piedad", la niña que NO hacía honor a su nombre.

La familia numerosa Martínez del Águila era otra familia numerosa más, humilde, obrera y murciana. Hasta aquí no llamaría la atención si no fuera porque a finales de 1965 se empezó a hablar de ella en los periódicos. Y de las extrañas muertes de los cuatro hijos pequeños.

Una vez realojados de un poblado de chabolas, vivían en el bajo de un edificio del Carril de la Farola, en la capital murciana. El padre, Andrés Martínez del Águila, trabajaba de obrero de la construcción, le ayuda su hijo mayor, José Antonio de 16 años. El segundo hijo, Manuel, de 14, trabaja de chapista. La tercera, Piedad, con 12 años, cuida de sus hermanos pequeños, realiza las labores de la casa y en los ratos libres pule piezas de motocicletas en la casa. Jesús de 10, Manolita de 8 y Cristina de 6, también ayudan puliendo, y los cuatro últimos, los más pequeñitos y desvalidos: Andresito, Fuensanta, Mariano y Mari Carmen, no hacían nada. La madre, Antonia Pérez Díaz, que estaba embarazada de siete meses, se dedicaba a la cocina. El día 4 de diciembre de 1965, fallecía misteriosamente la más pequeña de la familia, María del Carmen Martínez, de nueve meses de edad.

Avisado el médico “del Seguro”, como se llamaba antes a la Seguridad Social, se presentó en la casa y diagnosticó muerte por meningitis. Hasta aquí todo normal, qué numerosa familia de clase humilde no perdía un hijo por meningitis. Además, no era la primera muerte infantil de la familia, cinco años atrás murió un bebé de dos meses. Pero cinco días después, el 9 de diciembre de 1965, muere el que ahora es el hermano más pequeño, Mariano Martínez, de dos años. También se echa la culpa a la meningitis. Cuando cinco días más tarde fallece el siguiente niño en orden de menor a mayor, Fuensanta Martínez, de 4 años. Aquí es cuando la gente empieza a sospechar algo. Las tres muertes consecutivas de cinco en cinco días y de orden ascendente en edad de los más pequeños, no parecen casuales. Los vecinos se inquietan, tal vez la familia tenga una enfermedad contagiosa de cinco días de incubación, o un extraño virus que salte de hermano muerto en hermano muerto.

El caso es que empiezan a evitarles, y las autoridades tienen que intervenir. El médico del Seguro ya duda que la tercera niña muerta tuviera meningitis, y empieza a dudar que fuera la causa de la muerte de los dos primeros. Lo que queda de familia Martínez del Águila, que sigue siendo numerosa, es ingresada en una habitación del Hospital Provincial de Murcia. Primero se piensa en una extraña enfermedad que sólo afecte a esta familia, o una intolerancia alimenticia (no iban desencaminados con esta hipótesis) y se somete a todos los miembros de la familia a pruebas. No se encuentra nada y se les da el alta para que pasen las Navidades en casa, el día 4 de enero de 1966, muere el cuarto hermano, al que le tocaba por ser el menor, Andrés, de 5 años.

Las vísceras de Andrés y Fuensanta se envían a Madrid para analizar por el Instituto Nacional de la Salud, no se encuentra la presencia de ningún virus, por lo que se remiten al Instituto de Toxicología y los restos de los niños al Anatómico Forense. Ahora buscan un tóxico letal. Finalmente se dictamina que los cuatro niños fueron envenenados. Ahora la duda es ¿por quién?.

Los primeros sospechosos son los padres. El 14 de enero se decretó su prisión provisional. Debido al avanzado estado de gestación de Antonia, se la mantuvo retenida en la sala de maternidad del Hospital Provincial San Juan de Dios. Al padre, le internaron en el Centro Psiquiátrico de El Palmar, para hacer una evaluación de su estado mental. Los niños no estaban detenidos, pero al ser menores no podían quedarse solos en casa, de manera que los dejaron con los padres, las niñas con la madre y los niños con el padre, aunque podían salir libremente a la calle. No se si es una impresión mía, pero si sospechas que unos padres han matado a cuatro de sus hijos… ¿los sigues dejando con ellos?. ¿O se trataba de una estrategia para saber qué ocurría de verdad en aquella casa?.

Parece que la policía ya sospechaba de la hermana mayor, Piedad, ya que era ella la que cuidaba de sus hermanos pequeños y la que estaba con ellos en el momento de la muerte de los cuatro. Se sospechaba que los cuatro habían muerto después de ingerir algún tipo de veneno de uso casero, y los cuatros murieron después de que ella les diera de comer. Pero cuando empezaron a sospechar de la niña, ésta acusó a su madre, diciendo que fue ella la que obligó a matar sus hermanos. La implicación del padre no estaba clara, pero continuo en prisión preventiva. Antonia y Piedad pasaron a ser las principales sospechosas.

El 25 de enero se decretó la orden de prisión de Piedad, que al ser menor de edad, fue recluida en el monasterio para jóvenes descarriadas de las Oblatas de Murcia, por orden del Tribunal Tutelar de Menores. El veneno utilizado resulto ser una mezcla de cianuro potásico y cloro, que provocaba una muerte fulminante, de hecho, cualquiera de los dos venenos, usados por separado, habrían matado inmediatamente a los niños. Fue Piedad la que lo administró en la leche de los pequeños, que murieron en menos de media hora. El cianuro mata en apenas dos minutos. (En la Universidad de Murcia sacrificaron a 21 cobayas y algún perro para determinar el poder mortífero de la mezcla).
La conclusión, Piedad, agobiada por tener que ser el ama de casa cuando todavía era una niña, a la que además encantaba pasarse el día jugando, envenenó a los pequeños, más indefensos y además, los más molestos y que más tiempo la quitaban.

Utilizó el cloro presente en unas pastillas que utilizaba para limpiar metales, disolviéndolas en la leche, y el cianuro presente en un matarratas, que fueron los únicos tóxicos que encontraron en la casa del Carril de la Farola. La presencia de venenos letales en los productos de uso doméstico, es algo normal, pero que una niña de 12 años con los estudios básicos y sin información lo sepa, resulta curioso. Se dice que uno de los Inspectores de la Brigada de Investigación Criminal que investigaba el caso, enseñó a Piedad una de las pastillas con cloruro potásico, la niña la reconoció y reconoció que la usaba para limpiar las partes metálicas de las motos. Bromeando, el Inspector “jugaba” a echar la pastilla en el vaso de leche que tenía la niña, y ella, primero riendo y luego enfadada, se lo impedía, diciendo que esa pastilla podía hacer mucho daño.

De Piedad poco más se sabe, su pista se pierde en Centro de Las Oblatas de Murcia, para chicas descarriadas. Allí dicen que se dedicó a hacer calceta. Quien la conocía decía de ella que era dulce, alegre y con muchas ganas de ser una niña y disfrutar jugando.
Los padres fueron puestos en libertad. Pero ésta no fue la primera vez que esta familia salía en los periódicos. En 1978, el mayor de los hermanos, José Antonio, fue uno de los cinco presos fugados de la prisión de Murcia. Se encontraba allí por el asesinato y robo de un taxista.
Obligar a los niños a crecer antes de tiempo, a veces no crea gente responsable, sino niños que siguen rompiendo juguete o en este caso, otros niños...
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Relatos de terror : La inexpresiva

Una historia o leyenda urbana que aparenta ser verdad. El relato de terror se llama La inexpresiva. Lo conocen?

Relatos de terror : La inexpresiva

Relatos de terror : La inexpresiva

En julio de 1972, una mujer apareció en el hospital Cedar Sinai, usando nada más que un vestido blanco manchado de sangre. Ahora, esto podría no ser tan sorprendente si tomamos en cuenta que a veces las personas sufren accidentes y viajan al hospital más próximo en busca de atención médica; pero hubo en particular dos cosas que causaron que la gente que la viera, vomitara y escapara aterrorizada.

Lo primero, fue que ella no era exactamente humana. Asemejaba algo similar a un maniquí, pero tenía la destreza y fluidez del movimiento de un humano normal. Su rostro perfecto como el de un maniquí, inexpresivo y manchado de maquillaje.

Tenía un gatito en la boca, con la quijada apretada tan fuerte que no se podía ver ninguno de sus dientes; y la sangre del animal manchaba su vestido y el piso por donde caminaba. Entonces, sacó los restos del animal de su boca, los arrojó y colapsó.
Desde del momento en que entró por la puerta hasta cuando fue llevada a una habitación y limpiada para poder ser sedada, permaneció calmada, sin expresión e inmóvil.

Los doctores pensaron que lo mejor era mantenerla amarrada hasta que las autoridades llegaran, cosa que no la hizo protestar.

El personal fue incapaz de obtener respuesta alguna de ella, y la mayoría de los miembros que la atendieron se sentían incómodos con solo verla por unos cuantos segundos.
Pero en el momento en que intentaron sedarla, la mujer reaccionó con fuerza extrema. Al ser sujetada por dos miembros del personal, la mujer miró a un doctor e hizo algo inusual: sonrió.

Mientras lo hizo, una doctora que la sujetaba gritó y la soltó; pues en la boca de la mujer no había dientes humanos, si no púas afiladas y alargadas. Demasiado largas para que su boca pudiese cerrarse sin causarse daño...
El doctor la miró por un momento antes de preguntarle "¿Qué demonios eres?"
La mujer movió su cuello de forma antinatural y lo observó, todavía sonriendo. Hubo una pausa en la cual pudo escucharse a los elementos de seguridad viniendo por el pasillo; y mientras la mujer los oyó, inclinó la cabeza hacia delante, hundiendo sus 'dientes' en la garganta del doctor; arrancándole la yugular.

Luego se incorporó y se inclinó sobre él hasta quedar cara a cara, luego se arrodilló y le susurró: "Yo... soy... Dios."

Los ojos del doctor se llenaron de terror mientras la vio caminar hacia el personal de seguridad. Quizás lo último que el doctor vio, fue como los devoraba uno a uno.
La doctora que sobrevivió el incidente la llamó "La Inexpresiva."
Y jamás se le volvió a ver.

Fuente: Internet
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Jack el Destripador

Ha pasado más de un siglo y todavía perdura el misterio. Cinco crímenes perpetuados en Whitechapel hacia 1888, un lugar donde la miseria era notable y solo existían 2 cosas en abundancia, las prostitutas y los alcohólicos.

Su primer crimen oficial, por así decirlo, el que reconocen todas las crónicas, tuvo lugar el 31 de agosto, aunque en su día se sospechó que por lo menos dos asesinatos anteriores menos publicitados habrían sido también obra suya.

Ese día estaba amaneciendo muy lentamente. Las calles todavía estaban oscuras, y a pesar del frío algún que otro paseante comenzaba a circular por el barrio. Uno de ellos distingue a lo lejos el cuerpo de una mujer tendido en el suelo que a primera vista parecía desmayada, pero cuando se acerca para tratar de ayudarla, ve que unas terribles heridas la habían casi decapitado.

El cuerpo, todavía caliente en partes, indicaba que el momento del crimen no debía de haber sido de más de media hora antes de haber encontrado el cuerpo. Tras un examen más detallado en la sala de autopsias, descubren además que había sido brutalmente golpeada en la mandíbula inferior izquierda (posiblemente por una persona zurda), y que su abdomen había sido mutilado.

Por lo demás, el asesino no había dejado otras pistas tras de sí, ni testigos, ni el arma homicida. Ninguno de los vecinos oyó nada.
La identificación de la víctima no fue tarea fácil, aunque unos días después su padre y su ex marido identifican el cuerpo de una mujer de 42 años, prostituta, llamada Anne Mare Nichols y conocida como Polly.

Polly había estado casada y tenía cinco niños, pero su adicción al alcohol había hecho que su matrimonio se rompiera. Desde entonces, sola, había vivido de sus pobres ingresos de prostituta.

Annie Chapman era una mujer sin hogar propio que vivía en pensiones comunes cuando disponía de dinero para el alojamiento de una noche, y cuando no era así, se dedicaba a vagar por las calles en busca de clientes que le proporcionasen alguna moneda para bebida, refugio y alimento. No siempre había sido así, unos años antes estaba casada y con tres niños, pero todos murieron, unos por enfermedad y otros por accidente. Fue un golpe muy duro, nunca se repuso. Así, en estado de depresión permanente comenzó a beber para sobrellevar su soledad.

Su cuerpo fue hallado mutilado en la calle del Mercado de Spitalfields a las 6 de la mañana, y nadie había ido testigo de los hechos. Su intestino estaba en el suelo entre un gran charco de sangre y una profunda incisión cruzaba su cuello de lado a lado.

Todo parecía indicar que había sido asesinada en ese mismo sitio. No había señales de defensa por parte de la víctima, y lo curioso es que cerca de su cadáver se encontraron un pequeño pañuelo, un peine y un cepillo de dientes, que parecían haber sido colocados en un orden concreto por el asesino.

Según el médico forense que vio el cadáver, el asesino había agarrado a Annie por la barbilla y la había degollado por la espalda de izquierda a derecha, y por la fuerza empleada, posiblemente con la tentativa de decapitarla. Eso le había causado la muerte. Las otras heridas infligidas y las mutilaciones abdominales habían sido realizadas post mortem: el abdomen había sido abierto para extraer la vagina, el útero y la vejiga, que no fueron hallados.

Las incisiones eran limpias, como si se tratase del trabajo de un experto en anatomía, o por lo menos el de alguien con los conocimientos anatómicos y la habilidad suficiente para poder abrir el cuerpo y extraer los órganos con mucho cuidado de no dañar otras partes internas. El instrumento utilizado parecía ser un cuchillo estrecho con lámina fina y muy afilada, la clase de cuchillo que utilizaban los cirujanos y los carniceros.

Una señora de nombre Elizabeth Long que se dirigía al mercado esa mañana, pudo aportar un testimonio valioso: a las cinco y media de la madrugada había visto a un hombre conversando con una prostituta que identificó como Annie Chapman. Lamentablemente el hombre estaba de espaldas y no pudo ver su rostro, pero sí distinguió la silueta de un hombre de unos 40 años, elegante, que portaba un sombrero y un abrigo oscuros. La hora de la muerte se estimó entonces entre las cinco y media y las seis de la mañana, hora en la que fue descubierto el cadáver, lo que significaba que el asesino actuaba rápidamente y con gran precisión.

La falta de indicios hacía que la investigación avanzase lentamente. Todo el mundo había relacionado las muertes entre ellas, y a pesar de que la policía se mantenía en el más absoluto de los silencios, los periódicos no dejaban de alimentar cada rumor escuchado, lo que servía para aumentar la cólera y el miedo de los vecinos.

El 25 de septiembre, la Agencia Estatal de Noticias recibió una nota en tinta roja firmada por el propio Jack el Destripador cuyo contenido era:

"Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha cogido, pero en realidad todavía no me han pescado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo a chillar. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito...

Firmado: Jack el Destripador, desde el Infierno."

A partir de entonces seguiría escribiendo cartas y poemas destinados al jefe de la policía londinense jactándose de su habilidad para escabullirse en la oscuridad de las calles y evitar ser atrapado por la multitud que le perseguía, o haciendo alarde de la perfección de sus crímenes y anticipando otros nuevos ataques, siempre seguro de sí.

El domingo 30 de septiembre, se descubría otro cadáver en la calle Berner sobre la una de la mañana. Tras pedir ayuda a la policía, vieron que se trataba de una mujer, cuyas faldas habían sido levantadas por encima de sus rodillas. Un forense llegó a la escena del crimen con su ayudante un cuarto de hora más tarde. Entre los dos detallaron sus conclusiones de la exploración:

"La difunta yace sobre su lado izquierdo, su cara mira hacia la pared derecha. Sus piernas han sido separadas, y algunos miembros están todavía calientes. La mano derecha está abierta sobre el pecho y cubierta de sangre, y la izquierda está parcialmente cerrada sobre el suelo. El aspecto de la cara era bastante apacible, la boca ligeramente abierta. En el cuello hay una larga incisión que comienza sobre el lado izquierdo, 2 ½ pulgadas por debajo del ángulo de la mandíbula casi en línea recta, seccionando la tráquea completamente en dos, y terminándose sobre el lado contrario... "
El asesino no se había ensañado tanto esta vez como en las anteriores. Posiblemente había sido interrumpido mientras la degollaba y hubiese huido antes de completar su ritual.

La joven prostituta fue identificada como Elizabeth Stride, de origen sueco, que había venido a Inglaterra para ganarse la vida tras el fallecimiento de su marido y sus dos hijos en un accidente marítimo.

Esta vez, varios testigos declararon haberla visto momentos antes de su muerte acompañada por un hombre de unos treinta años con pelo y bigote negros, vestido con un abrigo negro y un sombrero alto, que portaba un bulto, como un maletín.

Mientras la policía se enfrentaba al hallazgo de este nuevo cadáver, a pocas calles allí un guarda nocturno descubría el cuerpo de otra víctima degollada. Su abdomen había sido abierto y los intestinos se encontraban en el suelo, además tenía varias heridas por todo el cuerpo. Los miembros estaban todavía calientes, la data de la muerte no debía ser de más de media hora desde el descubrimiento del cadáver.

La víctima era Kate Eddowes, quien como las demás, tenía por oficio el de la prostitución y como afición, la bebida. Sus padres habían muerto cuando ella era joven y a los 16 años se fue a vivir con un hombre, con quién tendría tres hijos. Los malos tratos por parte de éste obligaron a que se fuera de casa, y su adicción al alcohol la obligó a alquilar su cuerpo en las calles.

Como en las muertes de Polly Nichols y Annie Chapman, la garganta de Kate había sido degollada de izquierda a derecha, le habían seccionado el vientre y extraído algunos órganos, entre ellos uno de los riñones.

Después de esto, las cosas parecieron volver a la normalidad en Whitechapel. No hubo ningún otro asesinato durante un mes y las prostitutas regresaron a las calles más tranquilas. Desgraciadamente, la paz duró poco, pues el 9 de noviembre, otra mujer apareció salvajemente asesinada.

Se trataba de Mary Kelly, una atractiva joven de 21 años que se dedicaba a la prostitución para poder mantenerse a ella misma y a su pareja, que se encontraba sin trabajo.
Esa mañana, el locatario subió a la habitación de Mary para cobrar el alquiler mensual, pero nadie contestó a su llamada. Decidió abrir la puerta él mismo, horrorizándose por lo que descubrió...

Sin duda era el crimen más violento de Jack el Destripador. El cadáver estaba tumbado sobre la cama con múltiples heridas de arma blanca, completamente mutilado y con la arteria carótida seccionada. La ferocidad de este asesinato asombró a los cirujanos veteranos de policía. El médico forense necesitó varias páginas para redactar el informe de las lesiones y órganos extraídos.

Este asesinato creó el pánico absoluto en el barrio, haciendo estallar episodios esporádicos de violencia en la muchedumbre. La actividad policial era frenética, cada rincón fue registrado, cada sospechoso detenido e interrogado a fondo, pero no por eso la policía dejaba de ser duramente criticada. Nunca más se volvió a saber del asesino. No hubo más cartas ni más crímenes, parecía que Jack el Destripador hubiese abandonado la escena del crimen para siempre, y finalmente el caso fue cerrado en 1892, el mismo año en que el Inspector encargado del caso se retiró.

Durante cien años, investigadores, detectives, policías y muchos aficionados han tratado de establecer un perfil psicológico que ayudase a determinar la personalidad o el nombre del asesino, pero hasta ahora solo se han podido identificar los nombres de unos posibles sospechosos.

Tal vez por ese motivo Jack el Destripador se ha convertido en el asesino en serie más conocido de la historia.

Jack el Destripador
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Dennis Rader, el asesino "BTK"

“¿A cuántos tendré que matar antes de ver mi nombre en el periódico?” BTK, 10 de febrero de 1978

Dennis Rader, el asesino "BTK"

Dennis L. Rader, quien con los años se convertiría en el sanguinario asesino "BTK", nació el 9 de marzo de 1945 en Wichita, Kansas. Fue jefe de un grupo de Boy Scouts. Dennis disfrutaba y fantaseaba con escenas de tortura y muerte, aunque en su vida social era un chico introvertido. Sufría una discapacidad de aprendizaje que lo hizo un alumno mediocre y de aprendizaje lento. Por ello, descargaba su frustración torturando animales, como perros, gatos o roedores.

En su juventud, entró en el ejército y llegó a ser Técnico de Aviación. Tras pedir una licencia, regresó a Wichita, se casó y comenzó a trabajar en un supermercado, hasta que fue despedido. A finales de 1973, frustrado de nuevo, y sin trabajo, inició lo que denominaría como sus "proyectos": el asesinato de personas. En sus ratos libres, se dedicaba a circular por las calles en su coche, como una forma de seleccionar a potenciales víctimas, a las que perseguía un tiempo antes de intentar el asesinato. Le gustaba mirar en los buzones de sus víctimas, para conocer sus nombres, averiguar dónde trabajaban, qué solían hacer Una vez declaró: "Cuanto más sabía de una persona, más confortable me encontraba con ella".

Se hacía con ropa especial antes de cometer sus crímenes, y luego se deshacía de ellas, y solía llevar una bolsa de boliche en la que guardaba su kit de asesinato con cuerdas, bolsas y esposas. Su primer asesinato ocurrió el 15 de enero de 1974. Su carrera criminal comenzó con los cuatro miembros de la familia Otero. Según su declaración judicial, ellos eran previamente sus objetivos.

Había fantaseado mucho sobre lo que le haría a Julie Otero o a su hija Josephine y, finalmente, a las 7:30 horas de la mañana, cortó la línea telefónica del domicilio y entró por la puerta trasera. Les apuntó con una pistola y "para tranquilizarles", dijo que era un fugitivo y que solo quería comer y huir con su coche.

Ató de pies y manos a los cuatro miembros de la familia que se encontraban en la casa. "Empezaron a quejarse" y el asesino le puso una almohada en la cabeza al padre "para que estuviera lo más cómodo posible", porque tenía una costilla rota por un accidente, según dijo BTK. Después le puso una bolsa de plástico en la cabeza, atada con una cuerda, para asfixiarle.

Luego le tocó el turno a la madre, Julie, a la que estranguló. Después hizo lo mismo con Josephine, y tuvo que rematar al matrimonio porque seguían vivos. Volvió a asfixiar a la madre y le puso otra bolsa en la cabeza al padre, ya que éste había logrado agujerear la primera.

En cuanto a Joseph Otero Jr, BTK lo llevó a la primera planta del hogar, donde acabó con él, también ahorcándolo. Tras ello BTK dijo sentir "perversiones sexuales" , recogió sus cosas, se llevó el reloj del padre, una radio y huyó en el coche de la familia, que dejó abandonado en el aparcamiento de un centro comercial. En ese mismo día, la policía de Wichita, Kansas, recibió una llamada del este de la ciudad. El joven Charlie Otero había vuelto a casa desde el colegio y había encontrado la escena del crimen. Los vecinos llamaron a la policía. Joseph Otero estaba atado con una cuerda de una persiana veneciana, boja abajo, en su dormitorio. Las manos de Julie Otero estaban atadas de forma similar, en la cama.

Mientras los agentes inspeccionaban la casa, hallaron también el cadáver de Joseph Otero junior muerto en su cuarto, con una bolsa en la cabeza. La última en ser encontrada fue Josephine, de once años de edad, colgada del techo del sótano. Todos habían sido atados con cuerdas de persianas venecianas, lo que les hizo suponer que el asesino las portaba consigo. Las autopsias revelaron que ninguna de las víctimas había sufrido agresión sexual. La hija, Josephine, estaba vestida únicamente con un jersey y unos calcetines, y los expertos encontraron semen en el sótano y en otras zonas de la casa, lo que indicaba que el asesino se había masturbado durante el curso de los asesinatos o después de éstos. Rader declaró años después que había planeado el crimen, pero que perdió el control de la situación tras entrar en la casa. "Me entró pánico", dijo el asesino: pensó que el padre no iba a estar en el domicilio. "Yo nunca había estrangulado a nadie antes, realmente no sabía cuánta presión había que aplicar, ni por cuánto tiempo".

Solo tres meses después de estos primeros asesinatos, y antes de que el asesino empezara a comunicarse con la policía bajo el sobrenombre de BTK, ya había atacado de nuevo. El 5 de abril de 1974, los hermanos Kathryn y Kevin Bright llegaron a casa desde la escuela, y hallaron en ella a un hombre armado. El asaltante rompió el cristal de la puerta trasera para acceder a la casa. El intruso obligó a Kevin a atar a su hermana a una silla y luego se lo llevó a otra habitación. Intentó estrangularlo enrollándole una cuerda alrededor del cuello, pero Kevin consiguió huir de la casa. Cuando la policía llegó al lugar, el asesino había huido. Sin embargo, Kathryn, todavía atada a la silla, estaba malherida, fruto de tres puñaladas en el abdomen. Murió poco después.

Vistos los hechos, se formó un grupo de investigación. Durante varios días, setenta y cinco policías barrieron la ciudad e interrogaron a más de mil personas en busca de un sospechoso. Al poco tiempo, los agentes fueron apartados del caso y se les asignaron otros. La investigación siguió adelante y, en un momento dado, tres hombres habían confesado ser lo autores del asesinato de la familia Otero.

El hombre que sería conocido como "Asesino BTK" no podía soportar que le saliesen competidores o imitadores, y no podía permitir que le quitasen la fama que según él le pertenecía por cometer dichos crímenes. Aunque la policía no dio crédito a las tres anteriores confesiones, el asesino decidió contactar con la policía para reivindicar la autoría de los asesinatos. BTK llamó a la línea abierta por el periódico Wichita Eagle-Beacon para conocer detalles sobre los crímenes, y dijo que obtendrían mayor información sobre los mismos si recuperaban una carta colocada en un libro de texto de ingeniería que estaba en la Biblioteca Pública de Wichita. La carta comenzaba con las palabras "EL CASO OTERO", escrito en mayúsculas. El autor de la carta dio una explicación algo confusa del móvil de sus actos. Ésta sería la carta que dio al asesino el nombre de “BTK”, debido a sus explicaciones:

“Los tres individuos que tienen detenidos sólo hablan de los crímenes de los Otero para hacerse publicidad. No saben nada de nada. Lo hice yo solo y nadie me ayudó. Tampoco lo he contado... que quede claro.

“PD: Puesto que los criminales sexuales no cambian su modus operandi ni pueden hacerlo porque así es su naturaleza, yo no cambiaré el mío. Las palabras clave para mí serán... Átalos, tortúralos, mátalos, BTK (siglas en inglés); ustedes lo verán de nuevo. Estará en la siguiente víctima”.

En enero de 1977, BTK decidió atacar de nuevo. Su objetivo fue la casa de Shirley Vian. Ella se hallaba en su casa con dos de sus hijos, que se quedaron con ella ya que creían que su madre estaba enferma. Hacia mediodía, el hombre llamó a la puerta y luego usó la fuerza para reducir a los niños, a los que encerró en el baño. Éstos huyeron, pero luego encontraron a su madre muerta, atada de pies y manos en la cama, con una bolsa de plástico en la cabeza. Se dudó si BTK fue el autor del asesinato en esta ocasión, ya que había robado de la casa dos giros postales, pero todo se despejó cuando el Wichita Eagle-Beacon recibió por correo una ficha con un poema que comenzaba así: “RICITOS DE SHIRLEY, RICITOS DE SHIRLEY, MARCHÍTENSE PERO SEAN MÍOS”.

Más adelante, explicaba lo que había pasado con los niños:

“Tuvieron suerte, una llamada telefónica los salvó. Iba a atarlos y a ponerles bolsas de plástico en la cabeza como hice con Joseph y Shirley, y después iba a colgar a la niña. ¡Oh, Dios mío, qué bonito alivio sexual habría sido…!”

BTK mandó el aviso del siguiente asesinato. El 9 de diciembre de 1977, llamó desde una cabina de teléfono situada a seis manzanas de la comisaría de policía. Le dijo al agente que cogió el teléfono que tomara nota de una dirección y añadió: “Nancy Fox. Encontrarán un homicidio”. Los agentes se presentaron en la cabina telefónica desde la que se había efectuado la llamada cuando un hombre rubio de 1.80 metros acababa de irse, según los testigos presenciales.

Nancy Fox fue hallada en su casa, semidesnuda y, por supuesto, muerta. La habían estrangulado con una media de nylon. No se relacionó con los asesinatos de BTK hasta que la cadena local Channel 10 recibió una carta suya. En el comunicado decía que sus actos estaban motivados por un demonio, y se comparaba con Jack el Destripador, el Estrangulador de Hillside y el Hijo de Sam.

BTK concluía: "¿A cuántos tengo que matar antes de ver mi nombre en el periódico o algo de atención a nivel nacional? Después de una cosa como la de Fox, vuelvo a casa y sigo mi vida como los demás. Y así haré hasta que vuelva a entrarme el gusanito. Siento que esto le pase a la sociedad. Ellos son los que más sufren. Me cuesta controlarme. Cuando este monstruo entra en mi cerebro, no sé. Quizás ustedes puedan pararle. Yo no puedo. Él ya ha escogido a su próxima víctima".

Pasó un año y medio y BTK guardó silencio. Una noche de primavera de 1979, Fran Dreier, de sesenta y tres años, llegó a su casa a las once de la noche y se encontró con que habían entrado ladrones. Llamó a la policía, que trató el caso como un robo normal hasta que Fran Dreier recibió un sobre con las joyas que le habían robado, un dibujo hecho por el intruso y un poema. El poema contaba lo mucho que se había decepcionado al ver que Fran llegaba tarde aquella noche. Tenía intención de matarla. Le dejó una nota en la que decía: "Alégrate por no haber estado aquí, porque yo estaba".

En 1983, se tomaron muestras de saliva a unos doscientos sospechosos. Todas ellas fueron infructuosas. Cuando comenzaron los crímenes aun no existían los análisis de ADN, pero se guardaron restos orgánicos tras cada crimen que podían ser analizados ya en esas fechas. Según los investigadores, el asesino tenía un tipo de semen que sólo se da en un seis por ciento de los hombres.

En diciembre de 1987, Mary Fager encontró a su marido muerto de dos disparos y a sus dos hijas estranguladas en la bañera de su casa. Los medios de comunicación sugirieron que BTK podía ser el responsable de estos asesinatos, y el asesino en serie envió una carta a Mary en la que le decía que se alegraba de las muertes, pero que él no era el autor de esos crímenes en concreto.

En marzo de 2004, el periódico The Wichita Eagle recibió un sobre con el nombre de “Bill Thomas Killman” como remitente. Contenía una carta de una sola página junto con fotocopias de un carné de conducir y de tres fotografías de un cadáver.

El carné pertenecía a una mujer llamada Vicky Wegerle. El 16 de septiembre de 1986, el marido de Wegerle llegó a casa a comer y encontró su cadáver. Tenía las manos y los pies atados y la habían estrangulado. Las tres fotografías fotocopiadas mostraban el cadáver de la víctima en distintas posturas para cada foto. Dieciocho años después, BTK reivindicaba el asesinato.

La policía estaba en un punto muerto de la investigación. No había pistas sobre el sospechoso, así que volvieron al punto de origen, y a los testimonios que se habían recogido a lo largo de los años precedentes, cuando empezaron a ocurrir los asesinatos. La policía conservó la grabación de la llamada de BTK en 1977, que un profesor de Nueva York procesó por ordenador en 1979. Durante varios años, se emitió muchas veces por la radio y la televisión. Incluso podía descargarse desde Internet en muchísimos foros dedicados a asesinos en serie.

Todos los asesinatos, excepto el de Wegerle, se cometieron en la zona este de Wichita. De los cinco crímenes, tres fueron durante el día. BTK entró en el domicilio de los Otero hacia las nueve de la mañana. La familia Bright fue atacada hacia las dos. BTK entró en casa de Vian hacia mediodía. Prefirió no esperar hasta las once de la noche a que volviera Fran Dreier, con lo cual ésta salvó la vida. Ese aparente fallo en su modus operandi fue clave para la salvación de la última posible víctima. Ese cambio debía tener algún significado, viendo los anteriores horarios de los sucesos.

Según el perfil elaborado por Robert K. Ressler, “El Cazador de Monstruos”, para el FBI, BTK era un estudiante universitario o profesor de Derecho en Kansas y un lector ávido de libros y noticias sobre asesinos en serie. Y en marzo de 2004, el investigador Maurice Godwin desarrolló un perfil geográfico de BTK.

Treinta años después de sus cartas, por fin se cumplió su deseo de publicidad. Desde marzo de 2004 todas las agencias de noticias de Estados Unidos hablaron de él. Fue el tema de conversación y especulación en incontables foros de Internet. Si se introducía en Google «BTK Killer» se obtenían más de 5,000 resultados. El 29 de mayo recibió uno de los mayores honores que cualquier criminal entusiasta de la publicidad puede esperar: su perfil apareció en el programa de televisión Americas Most Wanted.

El 25 de febrero de 2005 la policía detuvo a Dennis L. Rader, de sesenta años de edad. Rader trabajó durante años en ADT Alarm, empresa situada en N. Washington Street, Wichita. La policía detuvo a Rader treinta y un años después de su primer asesinato. Él mismo se ocupó de reactivar la investigación de sus crímenes en marzo de 2004 con el envío de la carta al Wichita Eagle en la que afirmaba que había asesinado a Vicky Wegerle en 1986.

Hasta entonces los investigadores creían que Nancy Fox, asesinada en diciembre de 1977, había sido la última víctima de BTK y pensaban que el asesino había dejado de matar por alguna circunstancia. Poco antes de que se revelara su identidad le habían dado un cargo directivo en la congregación luterana a la que pertenecía. Estaba casado, tenía dos hijos y era funcionario. Con los años, Dennis había perdido confianza en su fuerza física. Dejó de matar por temor a ya no poder dominar físicamente a sus víctimas.

Sin embargo, necesitado de la emoción del crimen, comenzó a vigilar a una mesera del restaurante donde desayunaba. Las autoridades suponían que BTK estaba muerto; y un investigador llamado Robert Beattie empezó a escribir un libro sobre el criminal. BTK no quería que nadie más escribiese su historia, así que cometió un error fatal: dejó varias cajas de cereales con “recuerdos” de sus víctimas, una de ellas en la tienda de herramientas Home Depot, donde una cámara de vigilancia grabó su camioneta.

Después envió a la policía un disquete con archivos de texto. Ellos revisaron la unidad de almacenamiento y detectaron que había sido grabado en un equipo informático perteneciente a la Iglesia Luterana de Cristo de Wichita, de la que BTK era presidente del Consejo Parroquial. Allí obtuvieron su nombre y después le hicieron pruebas de ADN. Dio positivo.

BTK estaba dispuesto a hablar; lo interrogaron durante treinta horas seguidas, pero él estaba feliz: les contó la historia de su vida. En el juicio, éste afirmó que era el asesino en serie llamado BTK y se declaró culpable de diez asesinatos. Rader renunció a su derecho a tener un juicio con jurado que valoraría las circunstancias agravantes o atenuantes de sus crímenes.
Fue condenado en septiembre de 2005 a diez cadenas perpetuas consecutivas, sin posibilidad de libertad condicional durante más de cuarenta años (aunque hay pena de muerte en Kansas, no se puede aplicar a crímenes cometidos antes de 1994, la fecha de su entrada en vigor). Recurrió la sentencia, pero le fue negada. Estará en prisión hasta que muera...
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Las Poquianchis, asesinas seriales de México

Maltratadas por su padre, las hermanas Gonzales Valenzuela sufrieron el terror de los primeros años del siglo XX en la ciudad de Guanajuato en México. El ambiente hostil del padre contra las cuatro hijas provenía de un apego malsano (que él llamaba amor) hacia ellas, alimentado por el tradicionalismo, el fuerte sentimiento religioso y el poder que entonces tenían los hombres sobre sus familias.

El alcoholismo de Isidro, padre de las muchachas, era la causa principal de que las hijas tuvieran que lidiar recurrentemente con un ambiente agresivo; sumado a eso, su madre Bernardina era una mujer profundamente religiosa que obligaba a sus hijas a seguir la costumbre católica y permitía que el marido se desahogara con las niñas a golpes, cada vez que llegaba borracho.
Fue cuestión de tiempo para que las hermanas comenzaran a fugarse de la casa para hacer su propia historia. Su principal intención, como es apenas lógico, era alejarse de la mirada paterna que tanto las perseguía: la primera hija, Carmen Gonzales, sería “raptada” por un charro mexicano que la obligaría a casarse, algo que la muchacha busco aprovechar aunque sabía que su padre (que tenía un trabajo de seguridad) no permitiría este desaire, buscaría al raptor y lo ajusticiaría.

Tras esto se vio obligada a retornar a la casa, donde fue encerrada en una celda hecha artesanalmente donde viviría 4 años.

Las hijas no soportaron sufrir más las calamidades domésticas y terminaron por irse, aunque en una edad más avanzada. Se establecieron en algunos barrios populares del centro de la ciudad jalisciense y comenzaron a vivir de los textiles: la hija que había sido encerrada encontró la manera de casarse con un ladrón llamado Jesús Vargas y con él pusieron una cantina.

Trajeron a este lugar prostitutas de todas partes: de Guanajuato, de Zacatecas y de Colima, aunque la mayoría eran de la misma ciudad. Aquellas eran reclutadas jóvenes y confundidas y se les obligaba a tener relaciones con los clientes del negocio. Aquí comenzó la fuerte violencia que caracterizaría a las Gonzales, que pasaba por castigos físicos y todo tipo de abusos a sus desgraciadas empleadas golpeándolas, torturándolas e incluso violándolas con objetos punzantes, ocasionando más de una vez la muerte de una jovencita.
Este primer negocio no funcionaría tan bien, pero Carmen se asociaría con Delfina, otra de las hermanas, para abrir una cantina mucho más grande en una zona comercial muy importante llamada San Juan de Lagos. Allí estableció dos locales uno de los cuales se llamaba “Guadalajara de noche”. Con ayuda de la alcaldía municipal (gracias a se las “mordidas” que eran pagadas para que su negocio prosperara) esta cantina comenzó a tener un maratónico ascenso.

Las muchachas que eran traídas, siempre con engaños, terminaron viviendo una época de terror parecida a las que narran los cuentos de Halloween. Eran mal alimentadas, obligadas a trabajar a bajísimos precios y vigiladas para que no hicieran nada que fuera considerado “ilegal” por las hermanitas Gonzales Valenzuela. No consideraban que la prostitución fuera mala ni pecaminosa, pero si era mal vistas ciertas posturas, ciertos fetiches e incluso el lesbianismo, juzgado como un acto demencial.

Con ojos en las paredes las Gonzales veían que todo se llevara a buen término, castigando al otro día con cuerdas, clavos calientes, perros domesticados y otros utensilios capaces de causarles graves vejámenes que bien podían llevar a la muerte… lo que pasaba con mucha normalidad. Las prostitutas vivían encerradas y no podían pedir ayuda por el mismo motivo de ser fuertemente vigiladas. Decenas de mujeres vivieron y murieron allí sin que ninguna ley las protegiera, solamente fue cuestión de que prohibieran la prostitución para que se destapara la olla podrida en la que estas muchachas eran apresadas.

Luego de que las cuatro hermanas estuviesen implicadas en crear burdeles por todo el centro-occidente mexicano, especialmente después de crear un burdel en León, llamado “Las poquianchis”, la ley les cayó encima. Su reacción fue bastante violenta, resultando muerto en una escaramuza uno de los esposos de las Gonzales.

Cuando los policías entraron a observar encontraron un grupo de muchachas maltrechas y en estados agonizantes que dieron un testimonio muy fuerte contra las “poquianchis”. Se les reconoció el asesinato de 91 mujeres (aunque algunos creen que el número real es más cercano a 150) y se descubrió que cuando quedaban en embarazo sus hijos eran abortados a la fuerza, muriendo muchas veces las madres de los bebés. Todos los restos de estas mujeres que asesinaron, eran llevados a una casa donde sus cadáveres eran descuartizados y enterrados.

A la cárcel fueron a parar estas mujeres y algunos de sus esposos, entre ellos el “capitán Águila Negra”, amante de Delfina, que moriría de un paro cuando se le anunció su libertad veinte años después de que fue apresado. Las hermanas también murieron en la cárcel, algunas por accidentes, y sólo la hija menor (María de Jesús) sobrevivió al martirio de la prisión. Ya en libertad se casó y vivió hasta 1990.

Una adaptación al cine de este horripilante caso es la película mexicana “Las poquianchis” dirigida por Felipe Cazals.

Las poquianchis
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