La noche cayó, yo sólo contemplaba los minutos pasar en el reloj sobre mi muñeca mientras arreglaba los últimos detalles de mi atuendo.
Quería verme bien para Patricia, quería impresionarla. Quería hacerla ver que puedo ser digno de ser visto a su lado, que no debo pasarla a su sombra todo el tiempo.
¿Qué es de un aniversario sin rosas?
Tomé el gran ramo de rosas que compré para ella por la tarde.
Rojas, como ese rojo perfecto de sus labios.
La hora esperada llegó, me levanté del sofá y me encaminé hacia la casa del académico en la cual nos conocimos.
Los nervios se apoderaban de mi cada vez que me acercaba más y más a la reunión, mi corazón se aceleraba con sólo imaginar que ahí estaría ella, tan perfecta como siempre.
No comprendo como una joven de 23 años puede provocarle nervios a un hombre mayor como yo, pero me encanta. Me hace sentir tan joven, tan lleno de vida.
Finalmente llegué, me detuve frente a la puerta unos minutos antes de pasar. Apreté los puños dándome valor para verla y hablar con ella sin titubeos, suspiré y me adentré en aquella casa.
Di un par de vueltas por el piso de abajo intentando encontrarla entre la multitud.
Suelo pasar desapercibido en reuniones o eventos así, pero esta vez me era imposible. ¿Cómo no notar a un hombre de 40 años con un enorme ramo de rosas en mano?
Escuchaba murmullos y vagas risas, sabía que se trataba de mi.
No encontraba a Patricia por ninguna parte, así que pensé que estaría en el mismo lugar en el cual nos vimos por primera vez.
Subí apresurado hasta el tercer piso.
Me detuve por un instante al escuchar su voz alterada, parecía discutir con alguien.
Lo primero en lo que pensé fue en correr por ella, pero mi cuerpo no reaccionaba.
Las voces parecían venir de una habitación a unos pasos del baño, su voz cada vez sonaba más exaltada. No podía dejar que alguien le hiciera daño, debía defenderla a cualquier costa.
Es Patricia, "mi Patricia,"
Corrí hacia el baño, debía encontrar algo con que pelear, pelear por ella.
Un par de tijeras un tanto oxidadas era todo lo que tenía, no necesitaba más,
la puerta de la habitación estaba entreabierta, pude ver a un hombre dándome la espalda, su novio tal vez, sujetando de los brazos con fuerza a Patricia.
Las rosas cayeron al suelo, sólo podía apretar mi puño con las tijeras,
le alzó la mano, estaba a punto de golpearla,la gota que derramó el vaso.
La adrenalina se apoderó de mi, entré de golpe en la habitación y me lancé sobre él, dejando caer las tijeras a un lado,
el intentaba defenderse, quitarme de encima suyo pero era inútil
golpe tras golpe, no podía detenerme, sólo quería ver sufrir a ese bastardo que quería ponerle una mano encima a mi a mi Patricia.
Podía escucharla gritar, pidiendo que me detuviera, pero de nada servía.
"¡Guillermo, basta, vas a matarlo!", gritó ella.
Eso quería, quería matarlo, quería acabar con la vida de cualquiera que se atreviera a hacerle daño.
Los puños me dolían, mis nudillos estaban llenos de sangre, el parecía casi inconsistente, pero yo sabía que aun respiraba.
Podía verlo en el leve movimiento de sus pulmones inflarse de aire,
no me era suficiente verlo así,
alcancé a tomar las tijeras del suelo, mi respiración se agitaba cada vez más, sabía lo que iba a hacer, sabía que quizás estaba mal, pero algo dentro de mi pedía hacerlo.
El silbido de las tijeras subiendo y bajando se volvió en una hermosa melodía,
Patricia gritaba aterrada al entrar a la habitación junto con un par de hombres bastante fornidos, ni siquiera había notado en qué momento había salido de la habitación.
Yo sólo podía sonreír mientras observaba las tijeras firmemente clavadas en su cuello, veía como se ahogaba con su propia sangre, el suelo se teñía de rojo.
Ese rojo de las rosas que compré para ella.
Ese rojo tan perfecto de sus labios.
Todo yo temblaba, era una adrenalina increíble, hasta cierto punto bastante excitante.
- ¿¡QUÉ FUE LO QUE HICISTE, GUILLERMO!? - Gritaba ella horrorizada mientras aquellos hombres me tomaban de los brazos para apartarme del cuerpo.
- ¡Ahora podremos estar juntos, no hay nada que nos lo impida! - Sonreía admirando la obra de arte que acababa de crear".
- ¿ESTAR JUNTOS? ¿¡QUÉ PARTE DE QUE NO ESTAREMOS NUNCA JUNTOS NO ENTIENDES!? - Gritó ella.
¿Nunca? ¿Acaso lo que acabo de hacer por ella no le parece suficiente? La observé con confusión, luego la ira volvió a apoderarse de mí.
- ¿¡POR QUÉ NO!? ¿¡QUÉ MÁS TENGO QUE HACER PARA QUE ME AMES!? - Grité, intentando liberarme de aquellos hombres que me sujetaban con fuerza.
- ¡GUILLERMO, ENTIÉNDELO, YO JAMÁS ESTARÉ CON UNO DE MIS PACIENTES!
Mi mente quedó en blanco.
- ¿De qué demonios hablaba? ¿¡Paciente!? ¿¡Sólo soy parte de un experimento para ti!? - me enfurecía cada vez más, no podía creer que fui utilizado como un conejillo de indias.
Pude haberlo aceptado si no fuese tan malagradecida.
- ¡¡SABÍA QUE TENÍA RAZÓN, SABÍA QUE AÚN NO ESTÁS LISTO!!
- ¿¡Listo para qué!?
- ¡PARA SALIR DE ESTE MALDITO LUGAR, EL MANICOMIO POR DIOS.....
No comprendía nada.
¿Qué lugar un manicomio? No, yo no estoy loco. No puedo estar en ningún manicomio. No yo. No puedo.
Comencé a hiperventilar, a gritar, a llorar de rabia.
Todo esto es mentira, es una vil mentira.
Uno de aquellos hombres sacó una aguja de su bolsillo, quizás quería drogarme para hacerme daño,
mis intentos por liberarme fueron inútiles, sólo podía sentir como aquel líquido transparente era inyectado en mi brazo.
Todo se tornaba borroso, quizás alucinaba,
recuerdo que las paredes de aquel cuarto se volvieron blancas y lo último que pude ver fue aquél cuerpo tirado en el suelo, con lo que parecía ser una bata blanca teñida de rojo.
No supe más de mi caí al suelo,
Desperté sólo en una habitación blanca, acolchada. Intenté moverme, pero una camisa blanca llena de cinturones me lo impedía.
¿Qué hacía ahí? ¿Por qué tenía una camisa de fuerza? ¿¡Dónde estaba mi Patricia?
- ¡PATRICIA! ¡AMOR! - Comencé a gritar con todas mis fuerzas, pero nadie respondía.
La desesperación comenzaba a consumirme, hasta que vi una silueta cerca de la pequeña ventanilla que había en una de las paredes era ella, estaba seguro de que era ella.
Con esfuerzo logré acercarme a la ventana para hablarle.
- ¡AMOR! ¿¡QUÉ ESTÁ PASANDO!?
Ella no respondía, sólo podía observarla con su mirada perdida hacia el suelo mientras abrazaba una tabla con un montón de hojas.
- ¡AMOR, MALDITA SEA, DIME POR QUÉ ESTOY AQUÍ!
Suspiró.
- Te he explicado esto tantas veces que es inútil volver a hacerlo.
- ¿¡Explicarme qué!? ¿¡De qué mierda hablas!?
Tomó una de las tantas hojas de aquella tabla y comenzó:
•Guillermo Villegas Ochoa.
•40 años.
•1.78 m.
•76 kg.
•Se alimentaba de alucinaciones auditivas, así como visuales...
Paranoia extrema, delirios de persecución, alucinaciones.
No podía creerlo, quedé paralizado. No quería escuchar nada más.
-... Esquizofrenia paranoide. - Fue lo último que la escuché decir.
Y me Perdí en mi mente.....
Autora : Lili