Al tiempo, en casa de mi mamá, en estado vegetal, encerrado en mi propio cuerpo, no podía salir de allí. Me alimentaban, me cagaba, me mudaban, y me hablaban. Días, semanas, meses. Escuchaba todo pero no podía responder.
Al principio me visitaban constantemente, pero con el tiempo cada vez mas solo. Como siempre mi madre, mi fiel acompañante, mi esposa se fue con aquel.
Hasta que un día, me visitó una amiga de mi tía, que llegó con rosas, y comenzó a hablarme:
- Mi niño, tengo unos problemas económicos gigantescos, no sabe cómo me encantaría sacarme la lotería. Su madre me dijo que usted era muy buena persona cuando estaba sano… en una de esas me echa una manito.
Claro… ahora se trataba de que yo le hacía mandas a la gente. Pero increíblemente, después de unas semanas mi mamá encendió el televisor en mi habitación, y se escuchaba la misma voz de aquella señora en una entrevista.
- Quiero dar agradecimiento a Sebastián, más conocido como Chalito, él fue quien hizo el milagro, ahora soy rica gracias a él.
Yo no tenía nada que ver, pero mi madre estaba contenta, porque aquella señora le regaló mucho dinero con el que arreglaron la casa, cambiaron mi cama, e incluso contrataron a una enfermera. El asunto, es que esto no terminó allí, siempre llegaba alguien nuevo para pedirme favores.
- Chalito, a mi hija la van a operar, que salga todo bien.
- Chalito, se perdió mi perro, ayúdame a encontrarlo.
- Chalito, la siembra anda mala ¿Por qué no haces que llueva un poquito?
No sé si todas las peticiones se habrán cumplido, pero tengo la sensación de que la mayoría sí, porque la gente volvía para pedir penitencia, incluso aquel hombre que me pidió que lloviera llegó con las rodillas ensangrentadas de tanto arrastrase.
Mi nombre se hizo popular, y yo estaba cada vez mas lleno de rosas, peluches, dinero y tantas cosas más sin hacer nada.
Pero un día, alguien apareció con voz quebrada, como si el mundo se fuese a acabar.
- Hola Chalito, vine como todo el mundo a pedirte un favor. No vengo por dinero, ni por salud… en realidad no sé que es.
Aquella mujer me tomó de la mano y sentía sus lágrimas caer en mis dedos.
- Mi hija tiene doce años. Se llama Estefanía, muy linda ella, lo más hermoso que me ha tocado en la vida. Su padre nos abandonó hace muchos años, así que solo somos nosotras dos, y tengo miedo de perderla.
Pensé que se trataba de un cáncer, o de otra enfermedad terminal.
- Hace unos meses ella comenzó con molestias en su espalda, bien fuertes, pensé que se trataba de una tortícolis o algo por el estilo. Pero en las noches ella comenzó a gritar porque los dolores eran insostenibles. La llevé al médico y no le encontraron nada, pero bañándola, comencé a ver que tenía cicatrices, rasguñones y moretones, como si alguien abusara de ella. Pensé que en el colegio alguien la maltrataba, hablé en dirección, con profesores y mi hija siempre me dijo que allá nadie le hacía nada… y así era, yo mismo lo comprobé, todas sus compañeras la quieren mucho. Hasta que hace unos días el asunto complicó… no sé como contar esto, pese a que tu no me puedas responder, y ni siquiera sé si me estás escuchando.
Casi siempre solía hacer oídos sordos a todo el mundo, porque me aburrían con sus historias… pero ella me tenía bastante expectante.
- Dice que el diablo está con ella. Que él la golpea, y que no la deja en paz. Llamé a sacerdotes, pastores, lo que te puedas imaginar… pero todos han terminando huyendo de ahí porque algo los empuja. Yo misma lo he visto, en un principio tuve miedo de él… pero ya no, soy capaz de hacer cualquier cosa para enfrentarlo. ¿Sientes mi brazo? Esos son rasguños que he recibido cuando he estado con mi hija. No quiero llevarla al doctor, porque la llevarán a un psiquiátrico y terminará… bueno… muerta… y no quiero. Ayúdame. Sé que haces milagros, ya no sé qué más puedo hacer, he intentado de todo… te lo suplico. Te prometo que si la salvas te doy mi vida, esa será mi penitencia… pero ayúdala, por favor.
Se marchó, y mi mente en silencio. Pasaban todos a pedirme favores… pero estaba solo yo y mi oscuridad, pensante por aquel asunto. No podía hacer nada… o eso creí.
Dormí, de pronto me levanté y vi mi cuerpo en la cama. Salí de la habitación y me encontré a mi madre durmiendo en el sillón mientras la luz del televisor le alumbraba la cara. Caminé, y boté sin querer un vaso que se encontraba en la mesa. Mi vieja despertó asustada, luego se levantó y se fue a acostar. Cerré los ojos, y esta vez me encontraba en la calle, me di cuenta que podía teletransportarme solo pensando en el lugar donde quería estar. Vi a otros caminar como yo, pero todos nos ignorábamos, como si también tuviesen que cumplir una petición en corto plazo. Cerré los ojos, y me concentré en la energía, y escuchaba las voces… hasta que sentí el grito horrible, abrí los ojos y estaba dentro de una casa. Un fuerte olor a azufre, a desagüe y un llanto que no se detenía
- ¡Deja a mi hija!
- ¡Mamá! ¡Ayúdame! ¡Me quiere llevar!
Entré a la habitación de Estefanía, y observé a aquella cosa tirándole el pelo, levantándola de la cama. La mujer intentó acercarse a lo que sus ojos era invisible, pero la lanzó bastante lejos. Luego, aquel demonio soltó a la niña, y me miró a la cara. Comenzó a mostrarme sus dientes de perro, y yo, en silencio comencé a acercarme.
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- Déjala, no te tengo miedo
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Por alguna razón entendía el latín, me amenazaba con vejámenes que le haría a mi madre. Sus ojos brillaron y la habitación cambió por completa, vi a mi ex mujer acostada con aquel tipo. Ella en cuatro, gimiendo por la excitación mientras este le golpeaba las nalgas. Me daba vuelta para no ver más, pero seguían allí, podía verlos siempre, no importaba donde lanzara mi mirada, cerrar los ojos también daba igual.
- ¡No… eso ya pasó… sé que eres tú!
Hasta que al fin se dignó a enfrentarme.
- ¡¿Qué quieres?! ¡Ella es mía! ¡Vete de aquí, vuelve a tu cama!
- ¡No me voy a ir, déjala!
Mostró nuevamente sus dientes, como si la fuese a morder.
- Tú no eres el diablo.
- ¡Si, lo soy!
- Si lo fueses no tendrías miedo de mi. Eres igual que yo.
- ¡Mentira!
Cerré los ojos, y lo encontré. Hospital… un tipo vegetal, abandonado entre varios más, como él. Se veía arrugado, como si le quedara poco tiempo de vida.
- Aquí estás. Tú debes ser el padre de Estefanía.
Miré hacia atrás, y su alma venía corriendo, enfadado a atacarme. Lo desconecté. Su alma me empujó y caí. En el techo del hospital se abrió una luz roja parecida al de una nube, lo consumió.
Volví a la habitación de Estefanía, su madre llorando, despidiéndose de ella, diciéndole que ahora cumpliría la manda.
De pronto comencé a verme en el día del accidente. Familia, llanto, pacos, ambulancia, taco… Mi corrida a 110 km/hr, pero esta vez la velocidad disminuía. Ya no veía aquella nebulosa en mi cerebro. Los buses, camiones, y aquel motociclista los veía pasar en cámara lenta. Di un respiro agitado, y sentí mis piernas. Abrí los ojos, miré el techo de mi habitación, conectado a un aparato, lleno de jeringas en todo mi cuerpo.
- ¿Hijo? ¡Cresta! ¡Hijo! ¡Dios mío santo… no puedo creerlo! ¡Enfermera! ¡Enfermera! ¡¡MI HIJO… MI HIJO DESPERTÓ!!
Autor: Sergio Cortes.
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